¡Qué pena! Con un crecimiento envidiable, superior a la media europea, un Gobierno que a trancas y barrancas avanza en beneficios sociales para los ciudadanos, ahora, precisamente ahora, hay que gastarse los dineros en armas. Así, como suena. Dice la señora Von der Leyen que los europeos -ahí estamos nosotros- debemos poner encima de la mesa, una manera de hablar, que ya se sabe que en estos tiempos ya no existen billetes, sólo meros apuntes contables, 800.000 millones de euros. Así, a voleo, que la cifra parece sacada de la chistera de algunos cerebritos, que tanto podían haber dicho 500.000 como 900.000. Da igual: un pastón. Es verdad, como dice la izquierda más izquierda, incluso cualquiera con dos dedos de frente, que con ese dinero se podían solucionar miles de situaciones angustiosas de hambre, de desnutrición, de paliar problemas gravísimos de dependencia, de sanidad, de vivienda. Hay quien habla de fijar un 5%, un 3% o un 2% del PIB para gastos de Defensa. ¿Para cuándo marcar esos límites en los problemas que de verdad sacuden a la ciudadanía, en especial a los más desfavorecidos?
Armas. ¡Qué horror! Pueden ocurrir dos cosas con ellas. Una, que se empleen, lo que sólo puede revertir en dolor y muerte. Porque los misiles se crean para destrozar edificios, sean cuarteles, bloques de viviendas, hospitales o escuelas, con o sin bichos dentro; los bombarderos, para soltar pepinos; los fusiles para matar desde lejos y las pistolas para hacerlo a corta distancia. Añadan ustedes las sofisticaciones precisas, pero en el fondo, el mismo resultado: reventar cráneos y acabar con la vida de miles de hombres, mujeres y niños. O puede ser que no se empleen, entonces herrumbre pudriéndose en gigantescos hangares, chatarra inservible, miles de millones -¿800.000?- tirados a la basura que podían haberse empleado en otras necesidades perentorias, como antes señalábamos. ¡Qué absurdos uno y otro supuesto, qué disparate para una civilización que se dice avanzada!
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